Departamento de Humanidades UAM-AZC

Tema y Variaciones de Literatura 48.- Fondo y forma en la poesía de los siglos XX y XXI.

Información de la Publicación

  Publicación : Tema y Variaciones de Literatura
  Presentación : Fernando Martínez Ramírez
Sandro Cohen
  Titulo : 48.- Fondo y forma en la poesía de los siglos XX y XXI.

Número completo

 Resumen Presentación Dossier

La poesía siempre ha presentado una tensión entre lo que dice y cómo lo dice. A diferencia de la prosa, donde las ideas se despliegan de manera horizontal sin atender –para su interpretación– a cuestiones de extensión de líneas o renglones, la poesía siempre se ha distinguido por manejar versos en disposición generalmente vertical, que –por definición– poseen ex-tensiones específicas que se han medido de diversas maneras a lo largo de los siglos y las culturas. De las estructuras estróficas puede afirmarse algo parecido. Al mismo tiempo, la poesía ha evocado desde acciones, emociones o sensaciones, hasta los grandes dramas y gestas del mundo clásico y contemporáneo. Lo que se cuenta, el fondo de las obras, depende mucho de cómo se lleva a la forma. Resulta imposible hablar de este género de manera responsable sin tomar en cuenta ambos aspectos creativos: fondo y forma. Los poetas, al escribir, saben por qué eligen determinada forma para expresarse, o lo hacen de modo intuitivo, pero la crítica no siempre lo reconoce o toma en cuenta este fenómeno en sus análisis. En esta ocasión, en Tema y Variaciones de Literatura nos propusimos reflexionar sobre este tema.
El número abre con un artículo de José Francisco Conde Ortega, “La poesía es una santa laica...”. El autor reflexiona sobre la esencia de la misma a partir de la certeza borgeana de que en la poesía fondo es forma. Originalmente poiesis se refiere a todo proceso creativo cuyo fin sea dar origen a un objeto bello, pero pronto la música y el verso se apropiaron del lugar que le correspondía a todas las artes. Por lo que hace a la poesía –dice el autor–, quizás el recurso más frecuente para lograr su cometido sea la metáfora, quizás su misión sea renovar la íntima relación entre los signos y las cosas, labor asignada originalmente al nomoteta del Cratilo platónico. La poesía, en tanto estado del espíritu –sostiene Conde Ortega–, quiere develar misterios. Descifrarla es asumir la relación que guarda con el sentido, con la memoria, con el silencio, con esa traza ontológica que la impulsa a nombrar el mundo primigeniamente. De ella, primero en su condición oral y luego escrita, habrían de derivarse los géneros literarios. La poesía, por tanto, quiere decir el mundo como si fuera la primera vez, con sus ritmos, pausas y medidas.
En “Poesía y literatura”, Carlos Gómez Carro se pregunta cuál es la especificidad de lo literario y si hay algo que distinga la narrativa de la poesía. Ambas preguntas han tenido diversas respuestas, muchas de las cuales han puesto énfasis en que el arte literario consiste en un trabajo sobre el lenguaje, sobre la forma, pues los contenidos resultan indistintos. Se trata, sobre todo, de la relación de las palabras entre sí, relación que genera un efecto de extrañamiento que no debe verse como mero artificio sino como renovación de la mirada sobre uno mismo y sobre el mundo: desde la forma se actúa sobre el contenido. ¿Y lo poético, es también artificio? Para empezar –piensa el autor–, en la poesía la forma no lo es todo. En ella hay algo más: una epifanía, una rebelión. Por eso es mejor hablar de lo poético, que no sólo vive en el verso, en la forma, pues es una actitud, una condición existencial que nos abre la verdad en un gesto, en un trazo, en esos instantes precarios donde se muestra el sentido, así sea de manera evanescente. Lo poético puede aparecer en cualquier parte, en el poema, por ejemplo. Lo poético es lo inefable que está más allá del lenguaje y que puede decirse por medio de él. Se encuentra sin buscarlo.
Tras estas reflexiones sobre la naturaleza o esencia de la poesía, arribamos al tema que promete el número. Así, Sandro Cohen escribe “La métrica y la eufonía detrás de un poema entrañablemente odiado. ‘Paquito’ de Salvador Díaz Mirón”. ¿Cómo debe leerse hoy un poema tan vilipendiado y asociado a la cursilería como lo es “Paquito”. Con una estructura estrófica regular de diez versos más dos de estribillo, todo lo cual se repite seis veces para conformar 72 hexasílabos, con entradas y salidas simétricas en cada verso, el poema puede resultar hipnótico y evocador, porque además cuenta una historia que despierta sensaciones extremas. Es como un Bolero de Ravel, simétrico, estructurado, sobrecogedor, que crea una atmósfera preñada de infortunio. A un niño –Paquito– se le ha muerto su madre; su padre lo ha abandonado. Ante la tumba de su mamá, el párvulo promete ya no hacer travesuras. Más que un poema cursi, se trata de una denuncia social –dice Cohen–, y la hace de forma impecable, con maestría…

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